Extractado del artículo “¿Amemos? no. ¡Luchemos!” de La Voz de la Mujer Nº 2, enero 31 de 1896, Buenos Aires, reproducido por la Universidad Nacional de Quilmes, 1997. Este periódico, cuya publicación se extendió por nueve números entre 1896/97, fue vocero del feminismo anarquista.
¡Jóvenes, niñas, mujeres en general, de la presente sociedad!
Si no queréis convertiros en prostitutas, en esclavas sin voluntad de pensar ni sentir, ¡no os caséis!
Vosotras, las mujeres, ¿qué somos? (sic) ¡Algo! ¿Qué se nos considera? ¡Nada!
Vosotras, las que pensáis encontrar amor y ternezas en el hogar, sabed que no encontraréis otra cosa que un amo, un señor, un rey, un tirano.
El amor no puede ser eterno ni inmutable y fijo; luego si éste tiene un término, ¿qué queda en esa impía institución que dura lo que la vida? ¿Qué quedará, cuando el amor termine, de vuestro matrimonio? Fastidio, tedio, ir como es natural hacia la prostitución.
Sí, la ley natural nos impele a amar continuamente; no nos impele igualmente a amar el mismo objeto, no. Y entonces, ¿por qué permanecer sujetas a tal o cual hombre para toda nuestra vida?
Miles de casos se ven en que una infeliz mujer huye del hogar marital, no quiero saber por qué causa, sea ella cualquiera; el caso es que el marido acude a la autoridad y ésta obliga a la esposa a ir nuevamente al lado del hombre a quien detesta y odia. ¡Más no hiciera un pastor con una oveja o una cabra!
Yo no digo que en la presente sociedad pueda una mujer tener el grado de libertad que anhelamos, pero sí que en nuestra futura y próxima sociedad, donde nada faltará a nadie, donde nadie padecerá hambre ni miseria, allí sí que querremos el amor libre completamente.
Es decir que la unión termine cuando termine el amor, y que si yo, porque la gana me da, no quiero estar sujeta a ningún hombre, no se me desprecie, porque cumpliendo y satisfaciendo la ley natural y un deseo propio tenga un amante y críe dos, cuatro o los hijos que quiera.
En la sociedad presente no lo hago, porque como yo no quiero ser la fregona de ningún hombre y no siendo suficiente mi salario para mantenerme a mí, menos a mis hijos, pues yo creo que si los tuviera, me vería obligada por huir de ser la hembra de uno o ser la de diez más.
Por otra parte, no creáis que la crítica me importe; yo no soy de aquellas que tienen la desvergüenza de querer tener vergüenza.
Es por eso que yo no pienso jamás enlazarme con nadie, ni tampoco (si llega el caso), ahogar en mis entrañas para conservar la negra honrilla al fruto de mi amor o momentánea unión; quede eso para “la distinguida” niña fulanita que va (en tiempo de invierno) a reponer su apreciable salud a la estancia de tal o cual, y que a los pocos meses ¡oh prodigio! vuelve sana y desembarazada de la pícara enfermedad que la aquejaba.
Es por esto, queridas compañeras, que yo digo y pienso que a los falsos anarquistas que critican la iniciativa vuestra de proclamar el amor libre, quisiera tenerlos a mi lado para cuando, desgarradas las entrañas, estuviera próximo mi postrer aliento, para escupirles al rostro, envuelta en una baba sanguinolenta, esta frase: ¡maricas!
Sea lo que quiera.
Adelante con La Voz de la Mujer y con el amor libre.
¡Viva la Anarquía!