Insu Jeka
Junio de 2016
Habitualmente nos referimos al término misoginia como el odio y desprecio contra las mujeres, expresándose como una manifestación de la cultura patriarcal, cuyo efecto social es posicionarnos como seres humanas inferiores.
La misoginia forma parte de nuestra vida cotidiana, está presente en las actitudes y comportamientos que nos atribuyen a las mujeres para descalificarnos y desacreditarnos, asimilable a lo que los griegos llamaron estigma para referirse a las marcas o signos que se hacían en el cuerpo de una persona, y que representaban los males que esta poseía, con el fin de exhibirla públicamente a fin de ser evitada por los demás. Posteriormente, Goffman, en los años sesenta, aborda este concepto como la identidad social deteriorada, planteando que existen medios establecidos en la sociedad para categorizar a las personas; para el propósito de este texto, sería nacer Mujer en la civilización patriarcal. Es decir, cargar con la marca de nuestra diferencia sexual nos convierte en personas estigmatizadas en relación a nuestra historia, nuestros saberes, nuestro cuerpo y nuestra relación con el mundo y nosotras mismas.
Una de las expresiones más complejas y explícitas de misoginia es hacia nuestro cuerpo con todo lo que significa la feminidad patriarcal. En otras palabras, es la construcción que han hecho los hombres de nosotras como cuerpos sexuados mujeres y las imposiciones sistémicas que nos colocan en una posición no solo de inferioridad, sino de apropiación y manipulación de nuestro placer, nuestro deseo y del ejercicio de la maternidad bajo la institución de la heterosexualidad obligatoria, en la que se sostiene el sistema social y simbólico que configura la existencia femenina, desarticulando, a través de la estigmatización, cualquier aproximación a nuestra existencia lesbiana.
De la misma manera, la intervención de las relaciones entre mujeres ha sido histórica y conocida, sobre todo, por quienes hemos tomado conciencia de estas estrategias patriarcales y cómo han sido exitosas en la construcción de un orden simbólico que nos deja en la imposibilidad de expresarnos en esta cultura (de los hombres) con palabras propias y desde nuestra experiencia, “atrapadas” en la tergiversación de nuestros relatos.
Esto ha traído la consecuencia de que no solo la misoginia sea una práctica sistemática de los hombres hacia las mujeres como modo de relación social, sino que opera más profundamente entre las mujeres, y es precisamente allí su mayor logro al engendrar la desconfianza entre nosotras, por tanto, una predisposición a no “fiarse”, no “aliarse”, no “cuidarse”, no “amarse”, sino, más bien, a relacionarse desde la competitividad, la envidia, la descalificación, o cualquier otra expresión que da cuenta de una distancia entre las mujeres. Pese a que han existido experiencias de relaciones muy sólidas entre mujeres, el patriarcado siempre se las arregla para intervenirnos, y es principalmente a través del rumor (ya lo escribimos por ahí hace un tiempo con Franulic) como se propaga este odio por las mujeres en grupos feministas.
La misoginia entre mujeres es un tema que han ido visibilizando de manera más frecuente algunas compañeras de grupos o colectivos, que han sido atacadas a través de las redes sociales por otras colectividades e identidades anónimas que, por un lado, propagan el desprecio y la hostilidad con discursos ofensivos y descalificadores y, por otro, explicitan su misoginia con el descrédito y la estigmatización, ya no solo desde el nicho posmoderno/trans/gay, sino que, lamentablemente, desde sectores donde participan, principalmente, mujeres feministas.
Estas acciones son una muestra real del odio que el patriarcado ha engendrado en cada una de nosotras (desde la práctica más invisible hasta la más evidente) y también, de que no hemos avanzado NADA en su eliminación. Por el contrario, algunas compañeras parecen creer que de esa forma hacen resistencia al patriarcado. Consideran legítimo exponer al maltrato a la otra compañera, es como enviar a la otra a la hoguera o a la guillotina, como si no fuera ya suficiente que los hombres (y no el machismo) nos sigan matando y cortando en pedazos; son ahora las compañeras feministas quienes nos lanzan piedras y nos matan simbólicamente. Es el silenciamiento de otras voces que algunos feminismos no quieren y necesitan borrar.
Entre tanto, siguen borrando siglos y siglos de relaciones entre mujeres, e instalando la misoginia entre mujeres donde unas sancionan a las otras. Pareciera ser que la caza de brujas no fuera un antecedente suficiente para seguir ejerciendo calumnias y juicios en contra de las mujeres. Ya me preguntaba hace un tiempo, ¿qué mujer se desarrolla en la cultura/civilización patriarcal por fuera de la misoginia? ¿Cómo lo harán estas feministas para haber llegado a ese podio y poseer el martillo de la verdad y la justicia?
¿Qué harán después?, ¿nos enviarán a la cárcel y nos encerrarán en los hospitales psiquiátricos? No olvidemos que muchas de las feministas más radicales terminaron su vida llenas de rechazos a sus ideas y de ocultamiento a su pensamiento, condenadas al silencio y a la soledad por negarse a negociar con la institucionalidad y transar con un feminismo que niega a las mujeres y su genealogía, promoviendo la misoginia.
Solo espero que las mujeres que deseamos ser feministas no canalicemos este legado patriarcal de rechazo a nuestro propio cuerpo, a la sexualidad y a las compañeras amorosas, amistosas y políticas.
Yo quiero que una compañera feminista se alegre cuando otra mujer ejerza libertad (y no en el sentido de “el cuerpo es mío” o “hago lo que quiero”, sino, más bien, en hacer elecciones conscientes sobre su vida, que incluye cambios, separaciones, y a veces re-nacimientos).
Yo quiero que una compañera feminista respete tanto a otra mujer que escriba, piense y produzca conocimiento como cuando lee (o leyó) a Foucault, Marx, Bourdieu, Galeano, Aristóteles, Castaneda, entre muchos otros.
Yo quiero que una compañera feminista no desprestigie, ofenda y maltrate a otra mujer que haga política feminista (aunque quiera ser presidenta de la república).
Yo quiero que una compañera feminista celebre a que otra mujer se rodee de personas que le hacen bien y se separe de aquellas que la dañan.
Yo quiero que una compañera feminista abrace a una mujer cuando cometa errores (impuestos por el patriarcado) y reciba apoyo para que pueda resolverlos, dialogando con afecto, comprensión y sororidad.
Yo quiero que una compañera feminista no enjuicie y rumoree acerca de otra mujer.
Yo quiero que una compañera feminista no obligue o inste a otra mujer a seguir dogmas para sentirse validada y aceptada por el grupo.
Yo quiero que las feministas cantemos, dancemos y salgamos a la calle cuando las mujeres comencemos a ser seguras de nosotras mismas, porque hemos recuperado nuestra historia, nuestro cuerpo y hayamos logrado establecer relaciones entre mujeres sin misoginia, con confianza y libertad. Ese día, sin duda, celebraremos…