Lectura urgente para feministas y quienes todavía no lo son¶
No busca la inclusión que ofrece el neoliberalismo ni cree en la espontaneidad salvadora del deseo. El factor aymara, como un iluminador de las relaciones humanas. La declaración de lesbiana, más que una bandera. Una autocrítica de los feminismos del presente, que es necesario escuchar.
Fue en 2003, cuando el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada autorizó la represión contra manifestantes que salieron a la calle para pelearle al gobierno boliviano una decisión vaciadora: la de exportar el gas, tesoro para ese país, en un momento en que el pueblo se manejaba con reservas inferiores a lo mínimo. Aquél día de octubre de hace 16 años, que pasó a ser rememorado como la “masacre del gas”, murieron 63 personas y marcó el comienzo de un feminismo urgente, de salvataje y construcción, el feminismo comunitario al que más tarde se incorporaría el agregado de “antipatriarcal” por su necesidad de reafirmarse en las antípodas de la opresión, de darle lucha, también, a las masacres que nos amenazan desde adentro de las organizaciones, de las camas, de los cuerpos. La activista lesbiana aymara Adriana Guzmán, es una de las indiscutibles referentes de este movimiento que no busca la inclusión aplanadora del liberalismo, ni cree en la espontaneidad a la hora aparentemente impulsiva del deseo. Bajo el ala de un sombrero de felpa altiplánica, brillan en su nariz y boca, los pearcing de una discordia que no puede esperar. “El feminismo comunitario es una organización que venimos construyendo en Bolivia desde 2003, con mujeres encontradas en la calle, en la lucha contra un sistema en ese momento representado por el genocidio contra nuestro pueblo. Ahí, en la calle, nos dimos cuenta que no todos los cuerpos luchamos de la misma forma, ni sufrimos las mismas opresiones. Fue nuestro encuentro con el patriarcado y el principio de la necesidad de reconocernos feministas, porque era necesario como posicionamiento político construir un feminismo desde nuestros cuerpos, que tuviera esta propuesta: la comunidad. No creemos que sea el Estado el que vaya a acabar con el sistema. Creemos en la autorganización y autodeterminación, en la memoria ancestral de nuestros pueblos y cuerpos. En el 2016 tuvimos una ruptura con el feminismo comunitario por la violencia política y también física, psicológica y sexual, vivida dentro de la organización. Una ruptura difícil, un acto necesario de consecuencias. Nada justifica la violencia aunque venga de una compañera lesbiana que se autoidentifique feminista. Desde 2016, nuestro nombre es feminismo comunitario antipatriarcal, luchamos contra el patriarcado que está adentro y el que está afuera”.
En varias entrevistas decís que sos lesbiana por una decisión política, y que lo sexual no es político, sino que se hace político…
La construcción de este feminismo comunitario antipatriarcal, ha sido para nosotras la posibilidad de comprender al patriarcado capitalista, racista, neoliberal y de obligación heterosexual, eso te convoca a la lucha en todos los territorios, incluido nuestro primer territorio, el cuerpo. Te convoca la consecuencia cotidiana, así como hemos hecho la lucha en la calle en el 2003 y después en la asamblea constituyente, también habría que hacer la discusión sobre la lucha en las camas. Yo soy lesbiana por decisión política y entiendo lo político como un posicionamiento frente al poder, un poder que impone la obligación heterosexual, pero además que impone esta única posibilidad de relacionarnos sexualmente, únicamente con quienes cotidianamente se hacen cómplices del sistema. Yo he decidido en mi vida no compartir más ni mi cuerpo ni mis deseos con un hombre, porque son ellos los que nos matan y nos violan, y si la lucha es contra el sistema, para mí es necesario no compartir con ellos la dimensión de los afectos, el placer, el deseo.
También hay lesbianas cómplices del sistema. De hecho, vos te nombrás aymara frente a un colectivo lésbico al que describiste como profundamente colonial y racista…
Después de reconocerme lesbiana, seguramente como todas las lesbianas, he vivido un cuestionamiento en la familia, en la comunidad, en las organizaciones con las que coordinamos, que no son LGBT porque nosotras no somos parte de ese mundo. Nosotras coordinamos con organizaciones obreras, campesinas, originarias, entonces ha habido allí un cuestionamiento moral. Eso nos ha hecho reflexionar sobre la decisión de ser lesbiana: no solo tiene que ver con que quiero tener relaciones sexuales con otra mujer, o que no las quiero tener con los hombres, sino que es necesario cuestionar esa obligación heterosexual para acabar con el sistema patriarcal, con la explotación capitalista, para que dejemos de parir por obligación, de parir fuerza de trabajo para que sea explotada, para que dejemos de reproducir la familia, esa institución en la que nos violan nuestros padres, hermanos, primos. Un atentado contra todas esas instituciones es reconocerse lesbiana. Creo que hay muchas personas lesbianas, gays, que aquí se llaman maricones por una cuestión de clase, que tienen relaciones sexuales pero no como un acto político. Lo que pase en tu cama no es un atentado contra el sistema sino lo asumes como un hecho político. Un grafiti que pintamos dice: la cama no es trinchera sino luchas contra el patriarcado. Porque yo he escuchado eso de que la cama es una trinchera y veía lesbianas que reproducían las relaciones de poder, jerárquicas, de sometimiento y de feminización. La cama no es trinchera sino luchas contra la propiedad privada sobre los cuerpos.
Estás diciendo que la construcción del deseo es, obviamente, parte del guión patriarcal…
Sí. Y las fantasías sexuales también son políticas. Estos reconocimientos de mirarnos al espejo como organización han sido posibles en un contexto político importante, de cambio en Bolivia, que nos ha exigido frente a las balas de los militares, dejar de negar a nuestras madres y nuestras abuelas y nombrarnos aymaras. Dejar de decir: no sé exactamente de donde vengo. No es posible que vengamos de otro lado. Este territorio está ocupado por nuestros pueblos. Mirarnos al espejo ha sido un detonante importante y reconocerme lesbiana como parte de la lucha, ha aportado en este reconocimiento de varias identidades. Es más cómodo no reconocerme aymara, es más cómodo reconocerme heterosexual. Me he encontrado con un movimiento feminista profundamente racista y dentro de él, un movimiento lésbicofeminista que también lo es. En mi experiencia, la construcción del deseo está ligada a los cuerpos hegemónicos. Los espacios de erotismo son entre iguales y a las mujeres originarias no nos consideran así, por ende no somos parte de su deseo. Para para provocar y develar este racismo había que llamarse aymara, repetir que esta lógica de construir el erotismo dentro de los parámetros hegemónicos es funcional al patriarcado.
Creo que para muchas personas no hay ni posibilidad de poner pensamiento sobre lo que se hace en la cama, el deseo para ellxs es vivido como espontáneo…
En muchos casos hay una despolitización, cuando te dicen que todxs podemos estar en diferencia, pero en el placer nos encontramos. Eso no es así. No todas las lesbianas desean a todas, el deseo es entre iguales: las blancas desean a las blancas, las originarias a las originarias. Porque las lesbianas construyen su deseo en este mundo patriarcal, entonces nuestro cuestionamiento ha sido también al lenguaje, a nosotras la palabra disidencia no nos identifica porque en términos de clase los proletarios empobrecidos no se plantean como disidentes de los burgueses. Se trata de acabar con la acumulación de riqueza, de que no haya obligación heterosexual, gente obligada a tener relaciones eróticas con quien no quiere, y obligada a parir y reproducir el sistema.
Antes comentaste al pasar, que tuviste problemas con la comunidad cuando te declaraste lesbiana…
Es importante decir que donde menos discriminación he vivido ha sido en mi comunidad, no así en otros espacios, como dentro del feminismo o en la escuela de mis guaguas. La comunidad no es un espacio a quien le interese controlar tus relaciones afectivas y sexuales, es al Estado a quien le interesa controlar eso para que sigamos siendo explotadas. Por tanto, no estoy diciendo que en la comunidad no haya discriminación, pero es otro espacio de lucha. Si bien hay una cosmovisión dentro de lo comunitario que ha sido atravesada por el patriarcado, hay una memoria ancestral de los pueblos y los cuerpos, que permite poner esto en discusión y decir: este no es asunto que tengamos que discutir entre nosotros. Lo que pasó en concreto es que hubo un cuestionamiento cuando llegué a la comunidad con mi pareja entonces convocaron a mi mamá a una asamblea, no a mí. Esto desde una mirada neoliberal provocaría una respuesta así: las lesbianas tenemos voz. Pero en la comunidad, la que trabaja la tierra, la que hace servicio, la que está ahí es mi mamá, y por lo tanto, la voz legítima es la suya.
¿Y de qué manera te defendió?
A pesar de sus propias contradicciones, mi madre tuvo que elaborar sus argumentos y posiciones. Para ser parte de la comunidad hay que tener y trabajar la tierra, hay que hacer servicios, ella cumple con esas tres cosas y yo soy parte de ese cumplimiento, porque esa tierra también es mía y de mis hermanos y hermanas. No hay ningún acuerdo en la comunidad, simbólico, político, de que una tiene que ser heterosexual, pues entonces no había ninguna razón para que yo no pudiera estar. Y después de eso empezaron varias discusiones, de que en la comunidad hay mujeres que conviven con otras, porque los hombres se han ido, migrado, y nadie sabe que pasa entre ellas y me parece bien. Pero públicamente conviven.
Contaste para un medio que mientras te peinabas frente al espejo tu mamá te decía que vos no eras aymara porque las aymaras no eran bonitas y vos sí lo sos…
Una educación colonizante y racista, un estado que nos ha blanqueado con sus políticas para que dejemos de llamarnos aymaras, que nos ha planteado como un horizonte de progreso en las escuelas y universidades dejar de ser mujeres originarias, de trabajar en la tierra, de hablar nuestro propio idioma. Con todas esas imposiciones dejar de llamarse aymara ha sido un acto de supervivencia también. La abuela ha tenido que sacarse la pollera para que mi mamá fuera a la escuela. Esa historia de negación y de construir la imagen de las aymaras como las feas, sucias, las que huelen mal, las analfabetas, las mudas nos dicen aquí, porque no respondemos. Muchas cosas despectivas. Yo creo que mi mamá más que mirar en mi reflejo como era yo, yo veía en ella su deseo de que yo no sea aymara para que no viva esa discriminación. Y yo empecé a pensar que yo era aymara porque veía a mi abuelo y abuela, y me decía, si ellos lo son, ¿por qué yo no? Tú no, parecía decir mi mamá, para que no sufras, para que no te cierren la escuela, para que no te maltraten cuando hables, para que no se hagan a un lado en el bus asumiendo que hueles mal. Tú no para que no seas la sirvienta, para que puedas entrar en la universidad.
Hablaste en una entrevista sobre la importancia para las lesbianas aymaras de pensar las crianzas…
Yo conozco hermanas aymaras lesbianas que no han parido, pero se han hecho cargo también de la crianza de sus hermanos, esto tiene que ver con el sistema, con la imposición de cierto estrés, pero también con una memoria ancestral y la responsabilidad comunitaria de una vida digna. Por ejemplo, las guaguas que no van a tener una vida digna, no las puedes traer a este mundo, es una irresponsabilidad hoy, estando así el sistema y las condiciones laborales. Para todas y todos es irresponsable, pero también decisión de quienes lo asuman. Conozco hermanas que no parieron, pero no significa que no hayan criado. Hay una lógica literal dentro del feminismo de que parte de las lesbianas que no han parido no asumen ninguna responsabilidad con la vida. Y las hermanas aymaras asumimos una responsabilidad comunitaria con todas las guagüitas, por eso peleamos por un mundo distinto. Para quienes nos hemos reconocido lesbianas políticamente, como yo que he parido a la Diana y a la Julia, una de las cosas más lindas es pensar la crianza con otra mujer que comparte nuestra mirada, intentando no reproducir relaciones de poder y explotación. Ya en un mundo patriarcal, con la cultura de la violación para corregirnos y disciplinarnos, criar con otra mujer es un primer paso de seguridad de un espacio distinto para las guaguas. Cuando yo he planteado esto con otras hermanas, de no compartir mi cuerpo con otros hombres, me decían sí, es cierto, los hombres son violentos, hasta los más cercanos, pero, ¿no te parece forzado esto? Y yo creo que lo forzado es disfrutar un espacio íntimo, un orgasmo, con alguien que te obliga y te golpea. Y cuando una se asume como lesbiana política también es maravillosa la construcción que hace de su deseo, porque es una construcción política: ya no aceptas ese deseo patriarcal, entonces tienes que dar espacio a tu creatividad.