“Aborto” por Andrea Dworkin

12-JUL
abortion-rights-demonstration-1973

Norman Mailer declaró durante los años sesenta que el problema de la
revolución sexual era que había llegado a manos de las personas
equivocadas. Tenía razón. Había llegado a las manos de los hombres.

La idea pop era que coger era bueno, tan bueno que cuanto más hubiera de
eso, mejor. La idea pop era que la gente debería coger a quien quisiera:
traducido para las chicas, esto quería decir que las chicas deberían
querer ser cogidas–la mayor parte del tiempo que fuera humanamente
posible. Para las mujeres, lamentablemente, todo el tiempo es humanamente
posible con suficientes cambios de compañero. Los hombres sueñan con la
frecuencia con relación a sus propios patrones de erección y eyaculación.
Las mujeres fueron cogidas mucho más de lo que los hombres cogieron.

La filosofía de la revolución sexual es anterior a los años sesenta.
Aparece en ideologías y movimientos de izquierda regularmente -en la
mayoría de los países, a lo largo de distintos períodos, manifiesta en
varias “tendencias” de izquierda. Los años sesenta en Estados Unidos,
repetidos en distintas tonalidades a lo largo de Europa Occidental,
tuvieron un carácter particularmente democrático. No hacía falta leer a
Wilhelm Reich, aunque hubo quien lo hizo. Una banda de desgraciados que
odiaban hacer el amor estaban haciendo la guerra. Una banda de chicos que
amaban las flores estaban haciendo el amor y negándose a hacer la guerra.
Estos chicos eran maravillosos y bellos. Querían la paz. Hablaban de amor,
amor y amor, no amor romántico, sino amor por la humanidad. Crecieron, se
dejaron el pelo largo y se pintaron la cara y usaron ropa de colores y se
arriesgaron a ser tratados como nenas.Al resistir ir a la guerra, eran
cobardes y débiles y unas nenitas. No es raro que las chicas de los años
sesenta pensaran que estos chicos eran sus amigos especiales, sus aliados
especiales, amantes todos y cada uno de ellos.Las chicas eran idealistas.
Odiaban la guerra de Vietnam y sus propias vidas, a diferencia de las de
los chicos, no estaban en juego. Odiaban la intolerancia racial y sexual
sufrida por las personas negras, en particular por los hombres que eran
las figuras en situación de riesgo más visible. Las chicas no eran todas
blancas, pero de todos modos el hombre negro era la figura de empatía, la
figura que deseaban proteger de pogroms racistas.

La violación era vista como una táctica racial: no como algo real usado en
un contexto racista para aislar y destruir hombres negros de maneras
específicas y estratégicas, sino como un invento de la mente racista. Las
chicas eran idealistas porque, a diferencia de los hombres, muchas de
ellas habían sido violadas; su vida estaba en juego. Las chicas eran
idealistas especialmente porque creían en la paz y la libertad tanto que
hasta pensaron que también habían sido pensadas para ellas. Sabían que sus
madres no eran libres–veían las vidas femeninas, pequeñas y restringidas –
y no querían ser como sus madres. Aceptaban la definición de libertad
sexual de los chicos porque eso, más allá de cualquier otra idea o
práctica, las hacía diferentes a sus madres. Mientras que sus madres
mantenían el sexo en secreto y en privado, con tanto miedo y vergüenza,
las chicas proclamaban al sexo como su derecho, su placer y su
libertad.Censuraban la estupidez de sus madres y se aliaban en términos
declaradamente sexuales con los chicos de pelo largo que querían paz,
libertad y coger por todas partes. Esta era una visión del mundo que
sacaba a las chicas de los hogares en los que sus madres eran cautivas
aburridas o autómatas y al mismo tiempo convertían a todo el mundo,
potencialmente, en el mejor hogar posible. En otras palabras, las chicas
no dejaron su hogar para encontrar aventuras sexuales en una jungla
sexual: dejaron su hogar para encontrar un hogar más tibio, más grande,
más abarcativo.

El radicalismo sexual fue definido según términos clásicamente masculinos:
cantidad de compañeros, frecuencia, variedad (por ejemplo, sexo grupal),
la voluntad de tener sexo. Todo debía ser esencialmente igual para chicos
y chicas: dos, tres o la cantidad de personas en comunidad que fuera. Era
esa disminución en la polaridad de género esencialmente lo que mantenía a
las chicas en el trance, aun después de que la cogida revelara que los
chicos eran hombres después de todo. Había sexo forzado – sucedía a
menudo, pero el sueño continuaba vivo. El lesbianismo jamás fue aceptado
como “hacer el amor” en sus propios términos sino más bien como una
ocasión un poco pervertida para el voyeurismo masculino y la cogida
eventual de dos mujeres mojadas; a pesar de eso, el sueño continuaba vivo.
Se jugueteaba con la homosexualidad masculina, que era vagamente tolerada,
pero despreciada en gran medida, y también temida, porque por más flores
que adornaran a los hombres heterosexuales, ellos no podían soportar ser
cogidos “como mujeres; pero, a pesar de eso, el sueño continuaba vivo. Y
en la base del sueño, para las chicas, había un sueño empatía sexual y
social que negaba las estructuras de género, un sueño de igualdad sexual
basada en lo que hombres y mujeres tenían en común, eso que los adultos
trataban de matar en ti a medida que te hacían crecer. Era un deseo de una
comunidad sexual más como la infancia – antes de que las niñas fueran
aplastadas y segregadas. Era un sueño de trascendencia sexual: trascender
el mundo masculino-femenino absolutamente dicotomizado de los adultos que
hacían la guerra y no el amor. Era – para las chicas – un sueño de ser
menos femeninas en un mundo menos masculino; una erotización de la
igualdad entre herman@s, no la dominación masculina tradicional.

Desearlo no hizo que sucediera. Actuar como si sucediera, no hizo que
sucediera. Proponerlo de comunidad en comunidad, a hombre tras hombre, no
hizo que sucediera. Hornear pan y manifestarse contra la guerra no hizo
que sucediera. Las chicas de los sesentas vivieron en lo que los Marxistas
llaman, aunque en este caso, no lo consideren así, una contradicción.
Precisamente al tratar de erosionar los límites del género a través de un
aparentemente único estándar de práctica de liberación sexual,
participaron más y más en el acto más cosificador del género: coger. Los
hombres se volvieron más masculinos, el mundo de la contracultura se
volvió más agresivamente dominado por hombres- Las chicas se volvieron
mujeres – se encontraron poseídas por un hombre o un hombre y sus amigos
(en el lenguaje de la contracultura, sus hermanos – de él y de ella
también), intercambiadas, violadas en grupo, coleccionadas,
colectivizadas, cosificadas, convertidas en la cosa más hot de la
pornografía y socialmente re-segregadas en roles tradicionalmente
femeninos. Hablando empíricamente, la liberación sexual fue practicada por
mujeres en una amplia escala en los años sesenta y no funcionó: es decir,
no liberó a las mujeres. Su propósito – así resultó – fue liberar a los
hombres para usar a las mujeres sin restricciones burguesas, y en eso sí
fue exitosa. Una consecuencia para las mujeres fue una intensificación de
la experiencia de ser sexualmente femenina – el exacto opuesto de lo que
aquellas chicas idealistas habían imaginado para sí. Al experimentar una
amplia variedad de hombres en una amplia variedad de circunstancias, las
mujeres que no eran prostitutas descubrieron la naturaleza impersonal- y
determinada por la clase- de su función sexual. Descubrieron la total
irrelevancia de sus propias sensibilidades sexuales en términos
individuales, estéticos, éticos o políticos (sensibilidades que fueran
caracterizadas por hombres como femeninas, o burguesas, o puritanas)
mientras los hombres la practicaban. El estándar sexual era la cogida de
hombre a mujer y la mujer servía a ese estándar, pero ese estándar no
servía a la mujer.

En el movimiento de liberación sexual de los sesentas, en su ideología y
práctica, ni la fuerza ni el estatus subordinado de la mujer era un tema a
considerar. Se dio por descontado que -libre de represiones – todo el
mundo quería coito todo el tiempo (los hombres, por supuesto, tenían otras
cosas importantes que hacer, las mujeres no tenían razón legítima alguna
para no querer ser cogidas) y se dio por sentado que en las mujeres, la
aversión al coito, o no llegar al clímax en el coito, o no querer el coito
en un momento dado o con un hombre en particular, o querer menos
compañeros de los que había disponibles, o cansarse, o estar enojadas,
eran signos y evidencias de represión sexual. Coger per se era libertad
per se.

Cuando aparecía la violación – obvia, clara y brutal violación – era
ignorada, a menudo por razones políticas si el violador era negro y la
mujer blanca. Curiosamente, en una violación construida racialmente, era
probable que se la considerara violación, aunque en definitiva fuera
ignorada. Cuando un hombre blanco violaba a una mujer blanca, no había
vocabulario para describirla. Era un suceso que tenía lugar por fuera del
discurso político de la generación en cuestión y por lo tanto, no existía.
Cuando una mujer negra era violada por un hombre blanco, el grado de
reconocimiento dependía del estado de las alianzas entre hombres blancos y
negros en el terreno social del que se tratara: según, en algún momento
dado,estuvieran compartiendo mujeres o teniendo luchas territoriales por
ellas. Una mujer negra violada por un hombre negro tenía la carga agregada
y especial de no arriesgar perjudicar a su propia raza, particularmente en
peligro por acusaciones de violación, por llamar la atención a cualquiera
de estas brutalidades cometidas en su contra. Las golpizas y el coito
forzado eran habituales en la contracultura. Aun más común era la coerción
social y económica sobre las mujeres para tener sexo con hombres. Y aun
así, no se reconocía la existencia de antagonismo alguno entre la fuerza
sexual y la libertad sexual: una no excluía a la otra. Estaba implícita la
convicción de que la fuerza no sería necesaria si las mujeres no fueran
reprimidas; las mujeres querrían coger y no necesitarían ser forzadas a
coger; de tal modo que era la represión y no la fuerza, lo que
obstaculizaba la libertad.

La ideología de la liberación sexual, ya sea la pop o la más tradicional
intelectual de izquierda, no criticaba, analizaba ni repudiaba el sexo
forzado, ni exigía el cese de la subordinación social y sexual de las
mujeres por parte de los hombres; ninguna de estas realidades se
reconocían. Por el contrario, postulaba que la libertad para las mujeres
consistía en ser más cogida, más seguido, por más hombres, una especie de
movilidad lateral en la misma esfera inferior. Ninguna persona fue hecha
responsable por actos sexuales forzados, violaciones, golpizas a mujeres,
salvo que se culpara a las mujeres mismas – en general por no haber
conformado en primer lugar. Estas eran, principalmente, mujeres que
querían conformar – que querían la tierra prometida de la libertad sexual
– y que aun así tenían límites, preferencias, gustos, deseos de intimidad
con algunos hombres y no con otros, humores no necesariamente relacionados
con la menstruación o las fases lunares, días en los que preferirían leer
o trabajar, y eran castigadas por todas estas represiones puritanas, estas
recaídas pequeño burguesas, estos diminutos ejercicios de voluntades aun
más diminutas, que no estaban de acuerdo con las voluntades de sus
hermanos-amantes: la fuerza era usada frecuentemente contra ellas, o eran
amenazadas, o humilladas, o expulsadas. En el uso de la coerción para
conseguir la conformidad sexual no se veía implícita ninguna disminución
del flower power, la paz, la libertad, la corrección política o la
justicia.

En el jardín de delicias terrenales conocido como la contracultura de los
años sesenta, el embarazo irrumpía, casi siempre de manera agresiva, y aun
en ese entonces era uno de los obstáculos reales para coger mujeres a
demanda masculina. Volvía a las mujeres ambivalentes, reticentes,
preocupadas, molestas, inclusive las impulsaba a decir “no”. A lo largo de
los sesentas, la píldora anticonceptiva no era fácil de conseguir y
ninguna otra cosa era segura. Las mujeres solteras tenían aun más
problemas para acceder a métodos anticonceptivos, incluyendo el diafragma
y el aborto era ilegal y peligroso. El miedo al embarazo daba una razón
para decir que no: no solo una excusa sino una razón concreta difícil de
disuadir o seducir para que desaparezca, aun con el argumento más astuto o
deslumbrante por en nombre de la libertad sexual. Especialmente difíciles
de influenciar eran aquellas mujeres que ya había tenido abortos ilegales.

Pensaran lo que pensaran sobre coger, lo experimentaran como lo
experimentaran, les gustara lo que les gustara, lo toleraran lo que lo
toleraran, sabían que para ellas tenía consecuencias de dolor y sangre y
sabían que no tenía costo alguno para los hombres, salvo a veces, dinero.
El embarazo era una realidad material y no se podía argumentar hasta
hacerla desaparecer.

Una táctica usada para contrarrestar la inmensa ansiedad causada por la
posibilidad de un embarazo era la alta estima en la que se tenía a las
mujeres “naturales” – las mujeres que eran “naturales” en todo sentido,
las que querían cogidas orgánicas (sin anticoncepción, no importa cuantos
embarazos resultaran) y verduras orgánicas también. Otra táctica era hacer
hincapié en la crianza comunal de los niños, prometerla. Las mujeres no
eran castigadas de las formas convencionales por tener a los niños – no se
las etiquetaba como “malas” ni se las esquivaba, pero eran frecuentemente
abandonadas. Una mujer y su hij@ – pobre y casi una relativamente
descastada- vagando por ahí dentro de la contracultura alteraba la calidad
del hedonismo en las comunidades que invadía: el par madre-hijo encarnaba
otra cepa de la realidad, una que no era muy bienvenida en general. Había
mujeres solas luchando para criar hijos “libremente” y se interponían en
el camino de los hombres que veían la libertad como la cogida – y la
cogida se terminó para los hombres cuando se terminó. Esta mujeres con
hijos hacían que las otras mujeres estuvieran un poco más sombrías, un
poco más preocupadas, un poco más cuidadosas. El embarazo, el hecho del
embarazo, era antiafrodisíaco. El embarazo, la carga del embarazo, hacía
más difícil que los chicos de las flores se cogieran a las chicas de las
flores, que no querían desgarrarse las entrañas ni pagarle a alguien para
que lo hiciera, ni tampoco querían morir.

Fue el freno que el embarazo puso a la cogida que hizo del aborto un
asunto político de alta prioridad para los hombres en los años 60 – no
solo para los hombres jóvenes, sino también para los izquierdistas más
viejos que ligaban algo de sexo de la contracultura y aun para hombres más
tradicionales que cada tanto mojaban los pies en la piscina de las chicas
hippies. La despenalización del aborto – porque ese era el objetivo
político, era visto como el estímulo final: haría que las mujeres fueran
absolutamente accesibles, absolutamente “libres”. La revolución sexual,
para poder funcionar, requería que el aborto estuviera disponible a
demanda para las mujeres. De otro modo, la cogida no estaría disponible a
demanda para los hombres. Estaba en juego el ligar. No solo ligar, sino
ligar de la manera en que grandes cantidades de chicos y hombres querían
ligar – montones de chicas que lo deseaban todo el tiempo, fuera del
matrimonio, gratis. La izquierda dominada por hombres agitaba y luchaba y
argumentaba y hasta organizaba y apoyaba económica y políticamente los
derechos abortivos de las mujeres. La izquierda militaba por el tema. Y
luego, al final de los años sesenta, las mujeres que habían sido radicales
en términos contraculturales, las mujeres que habían sido activas política
y sexualmente, se volvieron radicales en nuevos términos: se hicieron
feministas. No eran las amas de casa de Betty Friedan. Habían luchado en
las calles contra la guerra de Viet Nam, algunas tenían edad como para
haber peleado en el Sur por derechos civiles para los negros, y todo se
había vuelto adulto sobre el lomo de esa lucha, y dios sabe que habían
sido cogidas. Como escribió Marge Piercy en 1969 en una denuncia sobre
sexo y política en la contracultura

Dar existencia a personal a través de la cogida es solamente la forma
extrema de lo que sucede como práctica común en muchos lugares. Un hombre
puede traer una mujer a una organización por dormir con ella y retirarla
al dejar de hacerlo. un hombre puede purgar a una mujer por la única razón
de que se cansó de ella, la embarazó o está atrás de alguien más: y esa
purga se acepta sin levantar ninguna ola. Hay casos de mujeres excluidas
de un grupo por la única razón de que uno de sus líderes fue impotente al
estar con ella. Si un “líder” entra a un grupo lleno de “líderes”
acompañado por una mujer y no la presenta, es extremadamente poco probable
que nadie le pregunte el nombre o reconozca su presencia. La etiqueta que
domina es la de “amo-sirviente” 5

O, como escribió Robin Morgan en 1970: “Hemos conocido al enemigo y es
nuestro amigo. Y es peligroso” 6 Reconociendo el sexo forzado presente de
modo tan feroz en la contracultura en el lenguaje de la contracultura,
Morgan escribió: “Duele entender que en Woodstock o Altamont una mujer
pueda ser declarada una estrecha o mala onda si no quiere ser violada”. 7
Estos fueron los comienzos: reconocer que los hermanos-amantes eran
explotadores sexuales tan cínicos como cualquier otro explotador –
ordenaban y menospreciaban y descartaban a las mujeres, las usaban para
obtener y consolidar poder, las usaban por sexo y para trabajos de poca
categoría, las usaban. Reconocer que la violación era un tema de absoluta
indiferencia para estos hermanos-amantes que lo tomaban en cualquier forma
en que pudieran conseguirlo, y reconocer que todo el trabajo por la
justicia había sido hecho sobre las espaldas de mujeres explotadas
sexualmente dentro del movimiento. “Pero seguramente”, escribe Morgan en
1968, “hasta un hombre reaccionario sobre este asunto puede darse cuenta
que es realmente impactante oir a un joven “revolucionario” –
supuestamente dedicado a construir un nuevo, libre, orden social para
remplazar este, tan enviciado bajo el que vivimos – se dé vuelta y sin
pensarlo un segundo, le ordene a “su chica” que se calle y haga la cena o
lave sus medias, porque ahora está hablando EL. nos hemos acostumbrado a
esas actitudes por parte del patán norteamericano promedio, ¿pero de este
valiente radical?8

Fue el crudo y terrible descubrimiento de que el sexo no era
hermano-hermana sino amo-sierva; que este nuevo valiente radical no quería
solamente ser amo en su hogar sino pasha en su harén – lo que fue
explosivo. Las mujeres se encendieron al descubrir que habían sido
sexualmente usadas. Yendo más allá de la agenda masculina sobre liberación
sexual, estas mujeres discutieron sobre sexo y política entre ellas – algo
que no se había hecho ni aun cuando compartían la misma cama con el mismo
hombre – y descubrieron que sus experiencias habían sido asombrosamente
parecidas, incluyendo desde sexo forzado a humillación sexual a abandono a
manipulación cínica, habiendo sido tratado como inferiores y como pedazos
de culo. y los hombres se habían atrincherado en el sexo como poder:
querían a las mujeres para la cogida, no para la revolución: estas dos
resultaron ser diferentes después de todo. Los hombres se negaron a
cambiar, pero, lo que es mucho más importante, odiaron a las mujeres por
negarse a servirlos bajo los términos anteriores – ahí estaba, para quien
quisiera verlo, exactamente como lo que era. Las mujeres dejaron a los
hombres – en manadas. Las mujeres formaron un movimiento autónomo de
mujeres, un movimiento feminista militante, para luchar contra la crueldad
sexual que habían experimentado y para luchar por la justicia sexual que
se les había negado. desde su propia experiencia – especialmente al ser
forzadas e intercambiadas – las mujeres encontraron la primer premisa para
su movimiento político: que la libertad para las mujeres descansaba en, y
no podía existir sin, su absoluto control sobre su propio cuerpo en el
sexo y la reproducción.

Esto incluía, no solamente el derecho a interrumpir un embarazo, sino
también el derecho a no tener sex, a decir que no, a no ser cogida. Para
las mujeres, esto llevó a varios grados de descubrimiento sexual sobre la
naturaleza y la política de su propio deseo sexual, pero para los hombres
fue un callejón sin salida – la mayoría jamás reconoció al feminismo salvo
en términos de su propia depravación sexual; las feministas les estaban
quitando la cogida fácil. Hicieron todo lo que pudieron para quebrar la
espalda del movimiento feminista – y de hecho no se han detenido aun. De
particular importancia es el cambio de idea y de políticas sobre aborto.
El derecho al aborto definido como una parte intrínseca de la revolución
sexual era esencial para ellos: ¿quién podría soportar el horror y la
crueldad y la estupidez del aborto ilegal? El derecho a abortar definido
como una parte intrínseca del derecho de una mujer a controlar su propio
cuerpo, también en el sexo, era un tema de suprema indiferencia.

Los recursos materiales se agotaron. Las feministas dieron la batalla por
la despenalización del aborto – en las calles y en los juzgados con apoyo
masculino severamente disminuido. En 1973 la Suprema Corte dio a las
mujeres el aborto legalizado: el aborto regulado por el Estado.

Si antes de la decisión de la Suprema Corte en 1973 los hombres de
izquierda mostraban una indiferencia feroz a los derechos al aborto en
términos feministas, luego de 1973 la indiferencia se transformó en
hostilidad abierta, las feministas tenían el derecho al aborto y seguían
diciendo que no- no al sexo en términos masculino y no a la política
dominada por esos mismos hombres. El aborto legalizado no puso a estas
mujeres más disponibles para el sexo; por el contrario, el movimiento de
mujeres crecía en tamaño e importancia y el privilegio sexual masculino
estaba siendo desafiado con mayor intensidad, mayor compromiso, mayor
ambición.

El hombre de izquierda se alejó del activismo político: sin la cogida
fácil, no estaban preparados para involucrarse en política radical. En
terapia descubrieron que habían tenido personalidad en el vientre materno,
que habían sufrido traumas en el vientre materno. La psicología fetal –
seguir la vida de un hombre hasta su origen en el vientre, donde, como
feto, tenía un ser y una sicología propios – fue desarrollada desde la
izquierda terapéutica (el residuo resultante de la izquierda masculina y
contracultural) antes que desde el púlpito de cualquier religioso de
derecha o legislador surgiera la idea de tomar partido políticamente sobre
el derecho de ovarios fertilizados como personas a la protección de la
Catorceava Enmienda, que es en definitiva el objetivo de los activistas
anti-aborto.*

El argumento de que el aborto era una forma de genocidio dirigida
particularmente hacia los negros ganó terreno político, aunque las
feministas desde siempre basaron parte del argumento feminista sobre el
tema en hechos reales y cifras – las mujeres negras e hispánicas morían y
eran dañadas de manera desproporcionada en los abortos ilegales.

Ya en 1970, estas cifras estaban disponibles en Sisterhood Is Powerful: ”
Las mujeres puertorriqueñas mueren 4.7 veces más que las mujeres blancas
por consecuencias de abortos ilegales, mientras que las mujeres negras
mueren 8 veces más que las blancas… En la ciudad de Nueva York, 80% de las
mujeres que mueren por abortos son negras y mestizas” 9

Y en la izquierda no violenta, el aborto era cada vez más considerado como
asesinato – asesinato en los términos más grandilocuentes. “El aborto es
la cara doméstica de la carrera armamentista nuclear” 10 escribe un hombre
pacifista en un texto de 1980, para nada extraño en la escala y tono de la
acusación. Sin la cogida fácil, las cosas seguro habían cambiado del lado
izquierdo.

El Partido Demócrata. hogar establecido de muchos grupos de Izquierda,
especialmente luego del fermento de los 60s, había entregado los derechos
al aborto ya en 1972, cuando George McGovern compitió contra Richard Nixon
y se negó a tomar posición a favor del aborto para poder pelear contra la
guerra de VietNam y por la presidencia sin distracciones. Cuando la
enmienda Hyde, recortando la financiación de Medicaid para abortos, fue
aprobada en 1976, tenía el apoyo de Jesse Jackson: mandó telegramas a
todos los miembros del Congreso apoyando el recorte. Los recursos
presentados demoraron la implementación de la enmienda, pero Jimmy Carter,
elegido con la ayuda de grupos feministas y de izquierda en el Partido
Demócrata, tenía a su hombre, Joseph A. Califano, Jr, responsable del
entonces Departamento de Salud, Educación y Bienestar, para detener la
financiación federal del aborto mediante una orden administrativa. Para
1977 la primera muerte documentada de una mujer pobre (hispánica) por un
aborto ilegal aparecía: el aborto ilegal y muerte eran nuevamente
realidades para las mujeres en los Estados Unidos. Delante de las llamadas
enmienda de la vida humana y estatuto de la vida humana – una enmienda
constitucional y un proyecto de ley definiendo un ovario fertilizado como
ser humano – la izquierda masculina simplemente se hizo la muertita.

La Izquierda masculina abandonó los derechos al aborto por razones
genuinamente horribles: los chicos no conseguían ponerla, había amargura e
ira contra las feministas por liquidar un movimiento (al retirarse de él)
que implicaba tanto poder como sexo para los hombres; además de la
conocida y monstruosa indiferencia del explotador sexual – si no se la
puede voltear, ella no es real.

La esperanza de la Izquierda masculina es que la pérdida de los derechos
al aborto lleve a las mujeres nuevamente a las filas – hasta el miedo a
perder estos derechos puede lograr eso, y la Izquierda masculina ha hecho
lo que ha podido para asegurar la pérdida. La Izquierda ha creado un vacío
que la Derecha ha intentado llenar con su expansión – esto lo hizo la
izquierda abandonando una causa justa, con su década de quietismo, con su
década de mohínes. Pero la izquierda no ha sido solamente una ausencia,ha
sido una presencia, enfurecida con el hecho de que las mujeres controlen
sus cuerpos, enfurecida con el hecho de que las mujeres se organicen
contra la explotación sexual, que por definición, significa que las
mujeres se organicen también contra los valores sexuales de la Izquierda.
Cuando las feministas han perdido el aborto legal completamente, los
hombres de izquierda las esperan de regreso – rogando por ayuda,
adecuadamente escarmentadas, prontas para hacer un trato, prontas para
abrir las piernas nuevamente. En la izquierda, las mujeres tendrán aborto
en términos masculinos, como parte de la liberación sexual, o no tendrán
abortos, salvo arriesgando morir.

Y los chicos de los años sesenta crecieron también. De hecho envejecieron.
Ahora son hombres en la vida, no solo en la cogida. Quieren bebés. El
embarazo obligatorio es medio que la única manera en que puede asegurarse
h2. de conseguirlos.

Del libro “MUJERES DE DERECHA”

Copyright © 1983 por Andrea Dworkin.

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